Joss el holandés
Llegamos por la tarde al camping de El Jadida y pasamos un buen rato buscando un trozo de césped donde acampar. El suelo escondía rocas y cemento, no había forma de clavar la tienda. De repente a lo lejos vimos llegar a alguien en moto. Diana y yo nos quedamos quietos, y se creó un cruce de miradas de varios segundos. En nuestra cabeza se mantenía la comparativa de densidades del suelo, así que el tipo del fondo tomó la delantera y agitó la mano. Nosotros no estábamos muy lúcidos, giramos a la vez la cabeza mirando a atrás. El motero desconocido seguía saludándonos y tardamos bastante en devolver el saludo. Ni timidez ni falta de interés, simplemente era aletargamiento. Una vez superado el primer trámite nos presentamos. Se llamaba Joss.
Acampar con alguien era algo nuevo para nosotros. Pero Joss lo hacía todo más cómodo. Tras poner la tienda de campaña con un hacha y dejar un cazo de agua a cocer, se quedó medio en pelotas sin perder la sonrisa. Joss definitivamente nos caía bien. Un tío auténtico.
Hablamos un poco de los viajes en moto, de la familia, de la vida. Joss estaba en un viaje de tres meses por Marruecos.
Nos despedimos en Marruecos, pero tuvimos noticias de él a la semana siguiente. Charlie, un americano que lleva 4 años de viaje en moto, se lo encontró en otro camping, y tras ver nuestra foto de la moto de Joss en Facebook, no sé cómo pasó, pero la cosa es que estábamos todos conectados por un par de noches de camping, unas fotos y unas ganas tremendas de viajar por todas partes.
Pasaron como mucho dos semanas cuando Joss nos hizo una visita de regreso a Holanda. Se quedó un par de días en casa. Recuerdo perfectamente que repetía “es la primera vez que…”. Por primera vez salió a la calle sin ropa de moto, también nos emborrachamos un poco, y utilizó la cadena para proteger la moto en nuestro barrio.
Aquí tomando el típico bocata de calamares madrileño.
Si nos tenemos que quedar con algo, son las ganas de vivir y de aprovechar el tiempo. Esperamos visitarle cuando volvamos de Asia.