La mariscada
No tengo muy claro cómo germinó la idea en mi cabeza, pero quería llegar a la costa para pegarme una mariscada épica. Llegamos a Essaouira una tarde buscando sitio para acampar. Un vigilante de un parking nos ofreció un apartamento, y tras algo más de una hora de búsqueda del camping y descubrir que era un recinto de cemento y piedras con baños con huellas de pisadas marrones, alquilamos la habitación. Pero para culminar el día de gastos a todo trapo, mi mente seguía dibujando una langosta del tamaño de un cerdo.
Por la tarde llegamos a unos puestos de marisco. No sé cómo describir mi impresión, pero aquello no era Galicia. Es posible que mi amor por el norte de España y su comida, crease unas ilusiones excesivas. En cualquier caso no nos íbamos a ir sin probar un pez, una gamba o un algo. Por la tarde hicimos tiempo paseando por el puerto. Eso sí que tenía magia. De repente Essaouira se había transformado en un mar de barcos.
Al anochecer nos recomendaron ir a Chez Sam, un restaurante que se encontraba escondido al final del puerto.
Aquí comenzaba una velada increíble. Fue abrir la puerta y ver la foto de Hendrix en el hall mientras sonaba un tema de jazz creado expresamente para ese instante.
No hay nada como la música para convencerme. Y la noche fue a más, Miles Davis no paraba. ¿Qué faltaba? Pues faltaba algo de alcohol, pero por suerte aquí tenían vino y cerveza.
El marisco llegó. No era una langosta, no eran unos langostinos. No eran gambas. Pero estaba buenísimo. Con buen ambiente hasta unas pipas te dejan buen sabor de boca.
Como último detalle, el camarero dejaba las sobras de los platos en una ventana a la que llegaba una gaviota rechoncha. Este lugar me dejó la sensación de que volvería pasados muchos años y espero que así sea.