Las dunas
La imagen de marruecos no está completa si no se va a las dunas. Esto es así. Por tanto, aconsejados por diferente gente, nos dirigimos a Merzouga. Un poco antes de llegar nos metimos por pistas. El sentimiento de libertad es total, una superficie enorme con forma de patata frita ondulada que hacía sonar hasta la última pieza de la moto.
Y de repente, aparecen las dunas.
Probando la arena…
Al llegar, fuimos directos a una kasbah que nos recomendó un chaval que trabajaba en otra kasbah de Errachidia. Allí conocimos a su hermano y tras negociar y un par de llamadas, nos quedamos.
Esta parte de Marruecos es una especie de complejo turístico para 4x4, motos de enduro y familias que quieren pasear en dromedario. La primera alerta nos saltó hablando con uno de los que trabajaban en la kasbah. Nos relató su vida exactamente igual (palabra por palabra) que otra persona que habíamos conocido antes. En parte me recordó a los músicos del metro que tocan todos la misma canción. Y crean un ambiente exótico de manual que acompañan con té e historias de supervivencia. El turista quiere que le cuenten un cuento, y ahí lo teníamos.
Dicho todo esto, no tiene nada de malo Merzouga. Un buen recuerdo del viaje fue el paseo a las dunas para ver el atardecer.