Marrakech
Teníamos ganas de conocer Marrakech. Llegamos bastante desorientado y en mitad de un tráfico liderado por la ley del más fuerte, que básicamente era el que no miraba, el que confiaba en que el resto parase hasta su última consecuencia. Nosotros habíamos ganado soltura, pero no la suficiente como para adaptarnos a la circulación mientras buscábamos un hotel que leímos en un foro.
Dejar la moto en una ciudad supone dejarla vigilada. En el mismo hotel donde estuvimos nos dijeron dónde guardarla. Después dejamos las maletas en el hotel, el pasaporte en recepción, y una vez indocumentados, sin equipaje y sin moto, te pones a visitar la ciudad.
El Gran Bazar es enorme y por suerte estaba en frente de nuestra habitación. La noche llegaba.
Dimos una vuelta sin comprar nada, tan solo buscábamos un restaurante barato para cenar. Y lo encontramos, un pequeño sitio con terraza desde la cual se veían algunas callejuelas y se escuchaba la vida de la ciudad.
Aunque uno de los lugares más interesantes era el mini balcón de nuestra habitación. Desde ahí se podía observar la vida de una parada de autobús con gente de todo tipo aguantando el tipo mientras motos, coches y burros pasaban a su lado.